Tal vez siga abierto. Seguro que la hecatombe económica nacional no ha podido con ese núcleo de resistencia marciana ubicado la pequña calle del quinto satélite más grande del Sistema Solar con número primo. Un tal Ángel vivía a dos pasos y una tal Ángela lo regentaba. Del tal Ángel sólo recuerdo su parecido fraternal con Kevin Costner, los antros que poseía y a los que, por cierto, se empeñaba en que asistiera y cómo ignoraba a una buena amiga que estaba loquita por sus huesos perfectos de asturiano hollywoodiense. Sobre Ángela corrían todo tipo de rumores... los mismos rumores que se repiten en cada pequeña capital de provincia sobre cualquier madurita de aspecto exageradamente andrógino que se deja ver con jovencitos a los que permite acariciar sus cabellos teñidos del rubio más platino de todos. Apenas recuerdo mi bebida favorita pero se que todo allí olía a whisky amaderado del bueno, del muy malo y del regular. Había dos tipos de cortinas. Las granates y pesadas de terciopelo raído y las del humo de un millar de cigarrillos. La barra estaba adornada con luces de neón azul y flanqueada por seis taburetes al más puro estilo americano adheridos siempre a las carnes colgantes y avejentadas de distintas mujeres que seguían siendo las mismas eternas señoritas cada noche y cada madrugada . De los muros colgaba todo: reliquias de Santa Ella Fitzgerald, San Nat King Cole, y hasta del mismísimo "Rey". Había dos relojes y ninguno con hora española pero ambos tenían algo en común: compartían la extrañeza de dar fe de que las manecillas se movían en un lugar donde no existía el tiempo. Uno de Atlanta y otro de "London". En mi añorado rinconcito oscuro no gastaban mucha luz y eso facilitaba el mejor "cheek to cheek"de todos, el que se cocina a fuego lento con especias de jazz y a tientas. Desaparecieron la diana a la que atizaba con los pocos dardos que conseguía clavarle a las tres y la mesa de billar junto a la que llegué a estremecer bailando a tumbos tangos de Gardel que jamás volveré a bailar hacia las seis. Desaparecieron también los faldones de pitonisa de las mesas y los sofás barrocos con estampados de cebra y leopardo en los que acostumbraba a tumbarme para marcar como buena hembra lo especiales que eramos "yo" y "mi territorio". Tal vez Ángel ya no se parezca a Kevin Costner ni Ángela regente el chiringuito... pero seguro que aún conserva -de seguir existiendo- sus velitas, su mobiliario descarado, exagerado y decadente, su exquisito respeto por la buena música, sus taburetes con señoritas que, por edad, dignidad y decoro deberían ser señoras y su clientela noctámbula, taciturna y perdida. Mañana deseo perderme como acostumbraba pero esta vez en soledad. Mañana deseo perderme en Cole Porter. Mañana me reconciliaré con la joven que un día fui ahora que las heridas se han curado. Mañana espero pasear por la calle de la luna nº11 y poder abrir las puertas a las tantas de la mañana del único núcleo de resistencia marciana de un mundo incivilizado en el que ya no te dejarán ni fumar.