viernes, 3 de agosto de 2012

A Mayte Martín


“Soledad no es estar sólo.
Soledad es quererte yo a ti
y que tú quieras a otro”. 


Ayer la luna llena se escondió de Mayte para alumbrarme el camino. Ayer, la voz de Mayte brilló más que la luna que de ella se escondía para acompañarme. Me acompañó y me acompaña. Y el camino se hizo corto y luminoso y mientras ella se desnudaba yo me desnudaba hasta dejar -entre lágrimas- el alma sin capas. Premeditadamente esperaba robarle un bolero a Mayte. Y en medio de su templo jondo de plata... mi capricho de norteña ignorante decidió aplacar su ansia y aprender a venerar ese canto del sur que Mayte cantaba.


Gracias, gracias, gracias

lunes, 11 de abril de 2011

Musas

Todas deberíamos ser musas. De lo contrario habríamos de dar un portazo mayor que el de Nora sin volver la vista atrás -pero con ella al frente- en busca del artista verdadero capaz de componer melodías únicas acariciando nuestras cuerdas.

martes, 29 de marzo de 2011

Simplemente un refrito

Para intentar averiguar quienes somos necesitamos mirarnos en el espejo de los ojos de nuestros seres más queridos. Y la imagen que nos devuelve ese espejo -en mayor o menor medida siempre tan real como distorsionada- pasa a erigirse en una pieza más para completar el puzle enigmático de nuestra lamentable y sesgada existencia.
No se cuántas piezas faltan para completar el mío, ni si me encontraré en el camino a personas que deseen ayudarme a completarlo... Intuyo -como lo he hecho siempre- que el camino será corto y sus rutas despobladas.
Te imploré ayuda sin gritos durante largo tiempo y durante largo tiempo desatendiste mis plegarias. No puedo culpar al espejo de tu alma por no devolverme reflejo alguno ya que nunca nada de lo que deseabas te pudieron dar mis piezas contadas.

miércoles, 9 de febrero de 2011

Necesito que me cantes al oído acompañado de tu guitarra y del aire que no sobra.

martes, 4 de enero de 2011

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No será fácil conciliar el sueño."Adiós, pequeña, adiós"

Danny´s

Tal vez siga abierto. Seguro que la hecatombe económica nacional no ha podido con ese núcleo de resistencia marciana ubicado la pequña calle del quinto satélite más grande del Sistema Solar con número primo. Un tal Ángel vivía a dos pasos y una tal Ángela lo regentaba. Del tal Ángel sólo recuerdo su parecido fraternal con Kevin Costner, los antros que poseía y a los que, por cierto, se empeñaba en que asistiera  y cómo ignoraba a una buena amiga que estaba loquita por sus huesos perfectos de asturiano hollywoodiense. Sobre Ángela corrían todo tipo de rumores... los mismos rumores que se repiten en cada pequeña capital de provincia sobre cualquier madurita de aspecto exageradamente andrógino que se deja ver con jovencitos a los que permite acariciar sus cabellos teñidos del rubio más platino de todos. Apenas recuerdo mi bebida favorita pero se que todo allí olía a whisky amaderado del bueno, del muy malo y del regular. Había dos tipos de cortinas. Las granates y pesadas de terciopelo raído y las del humo de un millar de cigarrillos. La barra estaba adornada con luces de neón azul y flanqueada por seis taburetes al más puro estilo americano adheridos siempre a las carnes colgantes y avejentadas de distintas mujeres que seguían siendo las mismas eternas señoritas cada noche y cada madrugada . De los muros colgaba todo: reliquias de Santa Ella Fitzgerald, San Nat King Cole, y hasta del mismísimo "Rey". Había dos relojes y ninguno con hora española pero ambos tenían algo en común: compartían la extrañeza de dar fe de que las manecillas se movían en un lugar donde no existía el tiempo. Uno de Atlanta y otro de "London". En mi añorado rinconcito oscuro no gastaban mucha luz y eso facilitaba el mejor "cheek to cheek"de todos, el que se cocina a fuego lento con especias de jazz y a tientas. Desaparecieron la diana a la que atizaba con los pocos dardos que conseguía clavarle a las tres y la mesa de billar junto a la que llegué a estremecer bailando a tumbos tangos de Gardel que jamás volveré a bailar hacia las seis. Desaparecieron también los faldones de pitonisa de las mesas y los sofás barrocos con estampados de cebra y leopardo en los que acostumbraba a tumbarme para marcar como buena hembra lo especiales que eramos "yo" y "mi territorio". Tal vez Ángel ya no se parezca a Kevin Costner ni Ángela regente el chiringuito... pero seguro que aún conserva -de seguir existiendo- sus velitas, su mobiliario descarado, exagerado y decadente, su exquisito respeto por la buena música, sus taburetes con señoritas que, por edad, dignidad y decoro deberían ser señoras y su clientela noctámbula, taciturna y perdida. Mañana deseo perderme como acostumbraba pero esta vez en soledad. Mañana deseo perderme en Cole Porter. Mañana me reconciliaré con la joven que un día fui ahora que las heridas se han curado. Mañana espero pasear por la calle de la luna nº11 y poder abrir las puertas a las tantas de la mañana del único núcleo de resistencia marciana de un mundo incivilizado en el que ya no te dejarán ni fumar.

domingo, 12 de diciembre de 2010

"Caperucita Roja" I

Mañana se cumplirá una semana desde que iniciamos el retorno a la realidad. Y vaya si lo hicimos. Lo hicimos sin remedio como en un cursillo intensivo. Desde entonces, cada vez que enciendo el ordenador, me impongo la misión de plasmar las impresiones de las que me empapé cruzando los océanos junto a ti. Sabes que soy vagoneta cuando no se trata de trabajo y que la pereza suele ganarle el pulso a la voluntad con demasiada frecuencia. He de confesar, como casi siempre, que tenías razón ó mejor dicho, tenías "parcialmente" razón. Me entusiasmaron las contradicciones del país y  las de las gentes que lo sufren con una esperanza virgen y envidiable. Nunca podré olvidar cómo un día terminé descalza y sentada sobre una banqueta roja de madera innoble llena de desconchones en un lugar de reparación de zapatos deshauciados que esperaban como los míos algún remiendo redentor. Era medio día y tu permanecías de pie frente a mi con una paciencia impaciente. El sol castigaba testa y espalda a través del jersey granate monacal que llevabas atado sobre los hombros como el niño bueno que eres casi siempre. El sudor hacía que elevases con el dedo corazón la maltrecha montura de las gafas que descendía fastidiona por tu apéndice nasal cada dos por tres. Yo miraba lo que a contraluz podía estudiar de ti, miraba los cadáveres apilados de cuero, polipiel y plástico. Miraba al peletero mientras conversábais animadamente más de lo humano que de lo divino. Todo olía al pan recién hecho que confeccionaban a modo casero en la repostería que estaba cruzando la calle. Me fijé en los parkimetros y pensé que sería fantástico intentar sustraer uno de los dos que poblaban lo que tal vez tiempo atrás fue una acera porque podrían aportar un toque innegablemente vintage y snob a cualquier lugar en el que los depositases - sólo los había visto en películas-. Me fijé en el chico guadiana que fruncía el ceño cuando fue en busca del refresco que se le había antojado al maestro peletero con una experiencia acumulada de diez días -que resultaron ser diez años-  y me fijé en su ceño fruncido una vez cumplida la encomienda y dos segundos antes de desaparecer de nuestras vidas para siempre. El sol también sudaba. Un hombre con más apareciencia de "gringo" de lo que se estila en esa zona de la ciudad venía a comprar cola a granel, interrumpía el trabajo del maestro peletero con las tapas de mis zapatos y vuestra conversación e iniciaba otra bien distinta en la que no se peleaban pese a que la cola que caía sobre el continente blanquecino era más densa de lo que el cliente deseaba. Los pesos justos y arreglado. Debieron pasar casi treinta minutos hasta que mis botas revivieron gracias al arte del amanuense, a los clavos, a la cola demasiado densa, a las tapas de  excelente factura estadounidense y a tu paciancia impaciente. Caminando siempre firme sobre mis renovadas suelas y orgullosa de tu mano proseguimos la travesía hacia la iglesia que hacía esquina con la peletería. Entramos asfixiados, tú con el jersey granate monacal sobre los hombros y yo con mis trencitas. Nos sentamos con las manos entrelazadas en el tercer banco y quise pensar que con los ojos cerrados pedimos lo mismo