viernes, 15 de octubre de 2010

Mujeres y Hombres y Viceversa ORO

Ayer vagueando en el sofá y frente al televisor decidí ingerir el veneno que nos proponía uno de los canales clónicos de Tele Cinco. Emma García era la conductora -ya me estaba frotando las manos- y dada su trayectoria errática tendente a deleznable ó deleznable tirando a ominosa... la cosa prometía. Se trataba de una versión de un programa  de estos sesudos que ella misma presenta a diario "Mujeres y Hombres y Viceversa". Un espacio en el que una caterva de jóvenes descerebrados (nadie sobrepasa los 27 pero aparentan tod@s 40) busca el "AMOR VERDADERO" ante las cámaras y a ritmo de discoteca entre un desfile descontrolado de feromonas, estrógenos, gimnasios, bótox, colágeno, sudor, silicona y extensiones capilares sintéticas. Que se presten a semajante babayada semejantes babayos en edad de merecer es natural. ¿Pero qué me dicen si quienes se someten a tamaña aberración son abuelillos de casi 80 años? Parece que en esta sociedad anestesiada ni nuestros mayores pueden mantener la cabeza sobre los hombros. El espectáculo era grotesco. Como una gran tómbola con banda sonora de verbena en la que el premio gordo no era otro que dehacerse de la soledad en público, de mala manera y por la puerta de atrás. Unos se repartían a unas y unas a unos. -Debe ser por eso por lo que en el título del programa incluyen la palabra"viceversa"- Cuando alguien daba calabazas a alguien, por ejemplo, Pablito a Carmencita, Carmencita decía: "No pasa nada porque a mi tampoco me gusta. Lo que pasa es que como somos del mismo pueblo...era por tener algo en común. Nada más. No era mi primera opción ya tenía yo fichado a otro. El que me gusta a mi es Zutandito". Pero, los designios del destino parecían ser siempre poco favorables a los ¿¿¿"concursantes"??? y Zutandito ya había sentido por lo menos siete flechazos en 15 minutos antes de terminar accediendo como si de un castigo se tratase a las pretensiones de Carmencita.  A Carmencita la habían reclamado ya Filomeno, Eustaquio, Abelendo, Sigfrido, Petrolino, Juventino y Ceferino... pero a todos había rechazado porque sólo se sentía atraída sexualmente y a sus setenta y tantos, por machos menos.. "maduros"... que ella. A todos menos a Juventino que honorando a su nombre y afligido por el mismo mal que corroía a Carmencita necesitaba mujeres núbiles y no vestas pero sí muy bastas como "La Ambrosia". Pero "La Ambrosia" nada que ver con "Ambrosía" era capitulo aparte. A Petrolino el huerto de calabazas que Carmencita le había plantado en un plis no le había importado en absoluto porque su primera opción  era Brigida, las más jóven de las zagalas. Brigida interrogaba en profundidad a Petrolino (que era físicamente un hombre muy poco agraciado con ademanes de esos que te hacen intuír certeramente que cuando cierran todos los desguaces del vecindario migra cual ave rapaz a las disotecas del extrarradio en busca de jovencitas distraídas y ebrias, para terminar a las 6 de la mañana jodido como cada sábado por haber terminado invirtiendo parte de la pensión en 7 minuticos de  amor mercenario). "Petrolino, ¿y a ti te gusta salir a bailar? Porque mira que si no... lo nuestro es imposible". A lo que Petrolino contestaba: "Por supuesto que me gusta el baile. Salgo 5 días a la semana". Brígida afirmaba con desdén mientras se atusaba los pelos (no puedo decir melena porque faltaría a la verdad): "Pues menos mal, porque cuando salgo sóla los hombres SE ME COMEN". Y ¡¡¡ZAS!!!Ahí  Emma con su dentadura alicatada hasta la encía cual Cupido con sus flechas, incrustando, lanzando y esquivando las sagitas del AMOR VERDADERO en sus corazones y en nuestras pantallas. Tal vez este Domingo, si no tengo ganas de trabajar, me concecte de nuevo a  Tele Cinco para contemplar desde la barrera, como convierten sin el más mínimo escrúpulo, la vida de estos pobrecillos en espectáculo. Como decía mi padre: "Oro, de lo que caga el moro".

viernes, 8 de octubre de 2010

La vida entre dos páginas

"I only know what I know

the passing years will show
you’ve kept my love
so young, so new (...)" TIME AFTER TIME

Tal vez sea mi último invierno. Pero he vivido muchos, muchos inviernos. El pulso falla, echar a andar cuesta demasiado y la memoria se ha convertido en una tirana caprichosa. No queda ya nadie por velar ni nadie que vele por mi. Cada día se hace más largo, el vacío más intenso y los espacios más amplios. Todo sobra. Ha pasado una vida, la mía. Y no he hecho grandes cosas.
Llevo una semana ojeando fotografías, algunas incluso más viejas que yo y, cerrando un álbum tras otro como si fueran los capítulos de un libro que nunca más volveré a abrir. En ellas aparecían mis padres el día en el que decidieron ser uno, los abuelos a los que nunca conocí, mi tía hippy practicando espeleología y  mi hermana con su melena rubia y generosa tumbada en una playa sonriendo con picardía a quién demonios estuviese reclamándola tras el objetivo. He visto manadas de pastores alemanes, a mis sobrinos recién nacidos, de adolescentes y con su prole, antiguas reuniones familiares en  "La Pizca", a mis primos jugando con mis juguetes el día de reyes, pasteles de cumpleaños propios y ajenos. Fiestas, muchas fiestas. También pude recordar cómo eran mis compañeras de colegio y de Universidad. He sido de nuevo testigo de sus bodas, de sus divorcios e incluso de alguna que otra aventurilla extramarital con las que endulzaban el tedio de sus vidas.
El último tomo contenía exclusivamente  fotografías de viajes y cartas de amor y desamor recibidas. Las más sonrrojantes, por cierto,  resultaron ser de mi autoría, las que nunca llegué a enviar. En ese momento no pude evitar pensar  por un instante que, tal vez, tanto desdén, se había erigido como la principal causa de mi soledad. Ya estaba a punto de concluir el tour en imágnes por las vivencias que el olvido tornó cálidas y ... apareció un marcapáginas. Uno que un día fueron seis cuando la piel no arrugaba. Lo extraje temblorosa de la funda que lo preservaba del tiempo. Lo olí, lo acerqué al pecho y lo besé como si haciéndolo volviese a mi lo que nunca pude tener y lloré. Con los los ojos más empañados que los cristales de las gafas, me levanté del salón como pude y a duras penas avancé  hasta un cuartucho polvoriento lleno de recuerdos, vinilos de Baker y pinceles resecos. Busqué una agenda tan vieja como yo y la encontré. Su número estaba borroso pero escrito con trazo firme, y con la firmeza del trazo decidí,  por primera vez... ser dómita y responder a la voz mi dueño... pero mi dueño nunca respondió. Era demasasiado tarde. No se si este va a ser mi último invierno pero desde luego será el más frío.