martes, 16 de febrero de 2010

Llueve. No se muy bien dónde hace más frío si en la redacción o en la calle. Aunque tengo la respuesta. Se trata de ese frío que Clara llevaba sintiendo desde el momento en el que las cosas empezaron a torcerse, eso sucedió, probablemente, el día en que nació. Nunca le había encontrado sentido a la vida porque nunca lo había tenido hasta que creyó. ¡Na-na! Error. Con dos euros en el bolsillo jugar todas sus fichas a un sólo número y color no fue más que otra macabra modalidad de ruleta rusa. En días como este sabía que todos los pronósticos que llevaba oyendo durante demasiado tiempo se iban a cumplir de forma irremediable. ¿Cuándo? A lo sumo en un año, algún mes... algún día...alguna hora. Clara evitaba estar sóla en casa porque le daba miedo apagar la luz. Lo hacía poco a poco y cuando no quedaba más remedio. Vomitaba la vida y a la vez azotaba el alma. Sus lágrimas eran como la sangre de una herida abierta y unos pocos sabían de su hemofilia. Miraban hacia otro lado como lo hice yo y ya no quedaban tiritas en la caja de los medicamentos. Nadie las había repuesto. Las cosas ya no se reponían y nunca quería estar a solas con la compañía más letal. Se entretenía en el trabajo,donde fuese o con quien fuese con tal de prorrogar lo inevitable. La hora se acercaba. Clara podía -temblorosa- mirar cara a cara a su destino. Ojalá nunca la hubiese conocido.

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