lunes, 11 de enero de 2010

Cuatro paredes albero

He encontrado un sistema inconfesable para detonar el explosivo que me lleva a aporrear el teclado. Es tan doloroso como infalible y por eso, en ocasiones, lo disfrazo de cabaretera para así poder despreciarlo casi tanto como puedo despreciarme a mi. Una tortura que me hace sentir viva me precipita a morir. He accionado el interruptor y ahora mismo lo siento.

Estoy sola en una habitación que no siento mía. Apenas puedo mover los dedos... el frío que siempre me persigue les dota de una rigidez aterradora... pero al palpar mis manos compruebo que su temperatura es aceptablemente saludable. Dentro de la cama parece que todo se percibe mejor. Me sepulto en jerseys masculinos de talla XXL, medias, pantalones de pijama y pares dispares de calcetines. Es simplemente rutinario... no atiende a ninguna otra razón. Hecha un cuadro y con el cabello recogido en una cola de caballo miro hacia la puerta: está cerrada. Del pomo cuelga un bolso de esos con un precio tan escandaloso que avergënza. No me gusta. Nunca me ha gustado. La puerta del baño también está cerrada y el pomo es ahora como un cuello escuálido y arrugado repleto de collares que a duras penas puede sostener.

Hay una cuna de estilo rústico. Nunca la he mecido pese a haberla hecho madre de una vereda tropical que ya no es ni vereda ni tropical. Alguna hoja se resiste a morir con lo demás y me pregunto por qué lo hace. Al galán lo abrigan pashminas y foulards de todos los estilos y longitudes imaginables. Menos mal que los armarios no están abiertos. Son como mi vida. Cerrados no rompen la falsa armonía de esta estancia teatral. Cerrados están mejor. Contienen el caos, el vacío, el sinsentido. La mesilla de la derecha soporta muy a su pesar un jarrón de cristal que retiene las flores ya secas de conquistas que no volverán. También hay media decena de libros. Ninguno es especial. Queda bajo la mesilla un hueco que acoge como si fuese una "cueva del tesoro" a una vieja cadena musical acompañada por quienes hace demasiado tiempo fueron mi mejor compañía. Cuánto me gustaría poder volver a escuchar a Cole Porter. Nunca más lo haré. Nunca más... aunque Time after Time grite cada noche :"¡Eh, ingrata!¿Tan pronto te has olvidado de mi?".- No sabe que he tenido que olvidarle a bofetadas-,  cuatro cd´s de quien tanto me ha hecho creer y sobrevivir: Aznavour, unos veinte de mi adorado Tony Bennett, dos de Leonard Cohen, tres de Stephan Grapelli, tres de Gilbert Becaud, Mayte Martín con Teté Monteliú -para llorar a moco tendido- y algún otro que por lo que significa... guardo para mi. Todos tenemos nuestros secretos.

 A la izquierda la cosa cambia. Los libros de esta mesita sí están ahí por algo, por todo. Están colocados. Sí, colocados. A veces, cuando tengo fuerzas suficientes, los abro, los huelo sin escrúpulos, miro con muchísimo pudor algunas anotaciones, me sonrrojo, lloro, sonrío, me lamento, cierro los ojos mientras los aprieto contra el pecho, respiro hondo y... los vuelvo a dejar alineados para que escolten mis sueños.  Esta mesilla maciza tiene tres cajones, ignoro lo que contienen. Hay sobre ella un cenicero - a mi madre le horroriza que esté ahí porque, de sobra sabe, que le tengo harto entretenido- y por último... una laca de uñas más roja que Marx.

A los pies del radiador se alinea una legión de botas altas. No están en su sitio aunque lo tienen, exceden la quincena, y, en cierto modo me hace gracia no tenerlas en clase con sus compañeras de aula.
Las paredes albero están casi desnudas, un escalador de barro las sostiene, y ellas, a su vez, hacen lo mismo con un gran óleo perpetrado a espatulazo limpio cuya autoría no me atribuyo.

Tres ventanas, un armario ropero, una banqueta, una televisión que se muere de aburrimiento, el mueblecito que la aguanta y el frío que siempre me persigue ponen punto final a esta naturaleza muerta que es mi habitación.

Lo peor de todo este cantar es que he encontrado un sistema inconfesable para detonar el explosivo que me lleva a aporrear el teclado. Es tan doloroso como infalible y por eso, en ocasiones, lo disfrazo de cabaretera para así poder despreciarlo casi tanto como puedo despreciarme a mi. Una tortura que me hace sentir viva me precipita a morir. He accionado el interruptor y ahora mismo lo sigo sintiendo. No lo debería haber accionado. Estas cuatro paredes albero guardan el secreto de lo que hoy he querido escribir y he ocultado... ahora duele más.

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