Decía que me conocía. Que me llamaba: "mi rubita" cuando íbamos a primero. También tenía el sobrenombre de "Made in Spain", así me conocía, más bien, su novia. También decía más cosas como que yo le había parecido exhacervadamente altiva porque, al parecer, en una ocasión habíamos coincidido en una tienda de ropa muy conocida de la calle Princesa de Madrid en la que le había propinado una mirada directa y desdeñosa y ni tan siquiera me había dignado a saludarle. -Claro, estaba en lo cierto, no pude saludarle porque no sabía quién era- No me había fijado nunca en él pese a que juraba y perjuraba que compartíamos pasillo, humo, gritos y que su clase estaba ubicada justamente frente a la mía. Ahora, "a toro pasado", creo que tuvo que sentarle "a cuerno quemado" que yo, no reparase en alguien tan genuino como él.
Hace casi seis años fusionaron varias clases en una y, por primera vez, coincidimos. Coincidimos tanto que terminó sentandose justo detrás de mi en la fila de pupitres que ocupaban el centro del aula. Segundo de carrera. Él tenía un compañero de mesa extremadamente corpuleto a lo largo y a lo ancho -como buen jugador de rugby que era-, su pigmentación facial tendía a rojiza y estaba afectado por la dolencia de una timidez superlativa hacia el sexo femenino que le impedía emitir palabras pero no sonidos del tipo: "BRRRRLLL-BRRRLLL..."(Algunos lo denominarían como: toda una "bestia babeante de flujos"). Popy hablaba y su compañero asentía y le reía las gracias que, entonces para mí, no eran graciosas. Por ello se ganaron a pulso un mote cuya autoría asumo gustosa: José Luis Moreno y Macario.
Popy era un chico espigado, con el cabello ensortijado, de un rubio apagado y una melena intermedia y viva, tenía una mandíbula prominente y unas manos elegantes que jamás habían conocido los beneficios de una crema hidratante pero sí los de un piano o una guitarra -pese a ello doy fe de que eran suaves-. Vestía de negro riguroso y llevaba camisetas con unos dibujos horripilantes que corrrespondían a unos grupos de música imposibles de reconocer para alguien como yo obsesionada -como ahora- por los acordes y desacuerdos del jazz más tradicional. Siempre olía a limpio y nunca usaba conlonia. Su olor se debía una combinación atinada entre champú y suavizante. Siempre llegaba a las cuatro de la tarde con su melena húmeda y recién cepillada. -Lo sigue haciendo aunque ya no nos veamos a las cuatro de la tarde-
Al principio me resultaba, probablemente, tan poco interesante como yo a él. Al principio. Comenzamos a hablar dentro de un grupito del que no quedó nada excepto nosotros dos. Había que reconocer que el chaval tenía retranca, era incisivo e impertinente pero jamás insolente. Teníamos algo en común: detestabamos todo lo relacionado con "ese rollo de la amistad". Ambos habíamos sufrido traiciones de lo más hirientes en el pasado. Teníamos a orgullo ser unos chicos populares, escépticos y radicales sin darnos cuenta de que nos habíamos convertido en la pruba viviente de que, simplemente, encarnábamos aquello en lo que no queríamos creer. Eramos amigos. Día a día fuimos perdiendo nuestra individualidad en una nebulosa en la que resultaba imposible discernir quién era quién. Eramos "Popy y Mandy" o "Mandy y Popy". El heavy más duro que el viento y la pija más pija de Periodismo.
Ha llovido mucho desde aquel primer día en aquel aula de la facultad de Humanidades y Ciencias de la Información- tanto que ahora tiene el pelo por la cintura- y más que lloverá. Hemos cambiado, hemos crecido y hemos menguado pero lo hemos hecho siempre juntos aunque por separado. Él es mi medio "Orgullo Ibérico", mi estrella del Methal más metalero, el reportero más dicharachero de Barrio Sésamo, todo un monaguillo, un perfecto boy scout vende galletas, es mi Popito. Y yo...Yo soy, su "pequeño Pony", su "niña mala", su "abuelita Mandy" de la derecha más derechona y una "mega diosa" que siempre ha sido demasiado viejuna para ser considerada como objetivo.
El otro día estuve mirando y remirando unas fotos y un vídeo que su padre grabó bajo el título: "Gradución de Popy y Mandy" no pude dejar de llorar. -¡Y tantas otras que hemos vivido, y tantas otras que viviremos!-Y para mi, vivir es una palabra pequeña que en multitud de ocasiones él me ha hecho ver grande. Sólo puedo dar gracias porque somos unos melosos, apestosos e "infectos" que practican la "mugre" en una especie de tragicomedia adolescente a la americana de muy baja calidad y presupuesto inexistente en la que siempre fuimos somos y seremos amigos inseparables que ejercitan la "falacia" esa de la verdadera amistad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario