miércoles, 2 de diciembre de 2009

Invierno

Me quedo con el frío, con los abrigos, los forros polares, los calcetines, las chimeneas humeantes, las comidas calientes, el chocolate sólido, líquido y gaseoso, con almendra, trufa o avellana. Me quedo con los cafés en ebullición, con un cigarrillo llamando a otro, con la búsqueda de cobijo en medio del temporal, con la nieve que no palpo desde hace años, con las tardes enclaustrada en casa, con las noches abrazados para combatir el desaire de los grados, con los paseos con katiuskas, con los puestecitos ambulantes de maíz y castañas, con Tony Bennett y sus Christmas Songs, con los "chuzos de punta" que calan los huesos, con su  posterior deshielo, con el viento gélido, con el gris, el ocre y el tierra sombra tostada. Me quedo con la melancolía, el violín y el chelo, con el olor a madera, a velas y a incienso. Me quedo con las luces noctámbulas de ciudad, con los calditos al jerez y con el vino caliente francés. Me quedo con los niños sepultados bajo kilométricas bufandas de colores, con sus gorritos de lana rematados en pompón, y con las camisetas interiores blancas que huelen a Nenuco o a Petit Chéri. Me quedo con los días in blue, y con las personas que los hacen, incluso a tu pesar, más llevaderos. Me quedo con las gotas de rocío solidificadas a las seis y con las puestas de sol anaranjadas a las siete, con los árboles esqueléticos y con el espliego moribundo. Me quedo con las pieles que cubren nuestra piel, y con las llagas de los labios que se curan con saliva, con Tagore a medio gas y con  Démeter de nones.

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