No pude evitar pensar en ella cuando leí estas líneas del buen Julio Rodriguez:
"Debería exprimir naranjas cada vez que te levantas.
Debería escribir tu nombre a cada paso,
amarrarme a tu espalda cuando inicias el vuelo...
...Debería dar gracias a Dios por cada leve acuerdo de tu tacto;
debería desgarrar el pan duro, amasar tus dilemas,
resolver ser feliz cada vez que regresas a la casa..."
"... Debería dejar que me dejaras sólo y que volaras
con alguien que te exprimiera, a los pies de tu cama,
naranjas cada vez que te levantas."
Hacía tiempo que había pasado los treinta pero parecía una niña. Su voz era aguda, dulce y melosa. Su pelo largo, castaño y abrupto. Tenía un cuerpecito coqueto y menudo, un producto extraordinario y delicado que parecía estar construído para rendir culto a lo sagrado. La estrechez de su cintura hacía que no pudieses dejar de pensar en lo extraordinariamente afortunado que sería quien tuviese el privilegio de aferrarse a ella como a la vida. Sus piernas eran nerviosas, pícaras e inquietas. Sus rodillitas huesudas y traviesas. Sus brazos estilizados, vivos, elegantes. Sus pechos discretos, coquetos e imperfectamente perfectos, como dos montañitas que contienen el mundo. Su sonrisa ancha, sincera y tan generosa como ella. Su nariz era graciosa, discreta y armoniosa. Si intentase describir sus ojos sería desde la arena de una cala salvaje, la visión de un atardecer en soledad con la luna esperando nerviosa muriéndose por iluminar un océano repleto de corales.
Sólo pude adorarla. La miraba embobada durante el tiempo que me regalaba, mientras leíamos en la piscina, mientras preparaba con esmero cafés que ni probaba, mientras eligía el vino adecuado para cualquier cena, cuando me enseñaba la última preciosidad que había adquirido o cuando sacrificaba su tiempo para escoltarme hasta el médico como guardiana de mi vida. -Esta vez todo va a ir bien- Siempre supe que no.
Si hubieses tenido el placer de conocerla jamás podríais haber imaginado que tras toda esa energía, ese júbilo y esa bondad se erigía alta y orgullosa una mujer a quien el pasado había herido de muerte en más de una ocasión. Parecía imposible pensar que dentro de algo tan pequeñito y divino existiese tanta hambre, tanto afán de superación, tanta fortaleza.
Recuerdo como se asustaba casi tanto como yo cuando le decía que si hubiese sido hombre me hubiese enamorado de ella sin remedio y habría disfrutado amándola con mayúsculas y con vocación de eternidad Le contaba mientras se reía con un tono cargado de incredulidad el placer que supondría colmar a mi princesa con todo lo que se le hubiese antojado. El privilegio que supondría entregar cada minuto a mimar a un ser tan bello por dentro y por fuera cada segundo de su existencia. Estoy segura de que llegará el día en que alguien tan especial como ella le ofrecezca las puntitas de los espárragos de la ensalada, y con un beso de película hará que flexione con toda su coquetería exhuberante una de sus rodillitas huesudas y traviesas y le dará "Naranjas cada vez que se levanta".
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