Hoy me desperté a las 8.30 am. y decidí darle el día libre al despertador. ¿El trabajo? ¡Y a quién narices le importa! A mi, desde luego, no. Es lunes, estoy en Madrid con él a mi vera y fuera está nevando. Le miro. Está de perfil. Me pierdo durante horas en las líneas perfectamente dibujadas de su rostro. Se destapa. Le tapo para que no coja frío pero me encanta verle destapado. Me asomo a la ventana para ver el panorama exterior y al correr las cortinas deduzco que debe hacer mucho frío porque la gente va disfrazada de esquimal y camina desacompasada como si fuesen pingüinos. Él ha decidido mandar a su agenda a hacer puñetas para quedarse conmigo entre las sábanas. En días como este sólo quiero estar con él, y no abundan tanto. Hemos dormido, nos hemos amado y hemos vuelto a dormir. Hacia las once he hecho que recuperase energías con unas tostadas y un zumito de naranja natural. Normalmente nunca desayuna. Nos quedaremos en el sofá amarillo acurrucaditos y cubiertos por su mantita de cuadros. Me estará haciendo cosquillas durante horas, me dirá que me quiere y le responderé con el clásico: "yo a ti más". Veremos todas las pelis que podamos ver. Leeremos un buen rato, él algo que le guste, y yo , algo que le apeste. Adiós a las llamadas, adiós a los compromisos. Sólos los dos.
En días como este me hubiese encantado no tener que escribir lo que imagino desde mi ordenador en Castellana 36-38
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