Hace ya algunos meses mi buen amigo Anastasio (que es como la oveja Dolly de Ambrosio "el de los Spaghetti Western") sugirió, con una falta de tacto ACOJONANTE, que me comprase una crema antiarrugas.
¡Joder! ¿Una crema antiarrugas? ¿Yo? Vale, tengo veintiocho años pero aparento veintitrés... o veinticuatro... o ... tal vez ya no. - Una de dos, o Anastasio es gilipollas o yo estoy cegarata- La verdad es que algo cegarata sí que estoy, así que por ende, Anastasio también puede tener algo de gilipollas... de gilipollas adorable y de capullo insolente. - Pues...mira huevón, me la compras tú-
Me sentí realmente ofendida y no tardé mucho en adquirir un espejo de aumento -que parecía más un telescopio de la NASA que un espejo de aumento- para comprobar si tales calumnias... eran eso, calumnias -Oh, Diossss- En efecto, tengo arruguillas... y si le quitamos el sufijo a "arruguillas" erradicamos el dulzor y nos acercamos más a la realidad. Arrugas. Tengo arrugas... y además las "hijas de su madre promiscua" tienen compañeras de piso: ojeras, pequitas, puntos negros.
Tengo cuatro arrugas dispuestas como renglones en la frente con un interlineado de 1,5 puntos , otras dos de esas que llaman las expertas "de expresión" decorando las comisuras de mis labios y escoltando las aletas de la nariz... -sostengo que son mi castigo por ser una fumadora compulsiva. Bueno...por ser fumadora y por ser compulsiva-. Y llegamos a las que más me importunan... las del entrecejo. Juro y perjuro que esas no estaban ahí hace un año. Pero ahora están. Son dos paralelas. Cuando estoy depre las palpo con detalle y se que son profundas como las zanjas que hoy descubren los tesoros subterráneos de la capital.
Siempre he tenido una visión romántica o simplemente estúpida de las arrugas. Creía que las arrugas eran la erosión de la vida en la piel y que su función estribaba en dotar con justicia de personalidad a las caras... y sigo creyéndolo... pero... no en la mía...hombre....aún no... cinco añitos más... porfa, porfa, porfa. -Traidoras, no se entra en una casa sin llamar antes-
Supongo que siempre he fruncido el ceño demasiado. Se ha convertido ya en enfermedad crónica. Y yo, desobedeciendo a mi amigo Anastasio, sigo sin utilizar pociones mágicas rejuvenecedoras. Eso se lo dejo a otras. Me quedo con el único potingue que me permite gesticular: Nivea en tarro -no es muy glamouroso pero por lo menos el tarro es azul-
Espero que Anastasio me siga dando consejos estéticos durante mucho tiempo... y espero poder seguir recibiéndolos con incredulidad y escepticismo. A lo mejor llega el día en el que Anastasio me regala una de esas cremas "maravilla" y ...Dios mío...¡cuánto, pero cuánto, disfrutaré montando en cólera!. -¡Ho-Ho-Ho!- Ojalá Anastasio con sus canas de platino me siga queriendo aunque me esté haciendo una toda una carroza. Una carroza que siempre será más joven que él y que jamás le sugerirá que se emplaste el jeto con ungüentos que huelan a London-Paris-New York.
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