viernes, 13 de noviembre de 2009

Evelyn

Nació en 1934. Evelyn describe abatares de la Guerra Civil que asegura recordar desde que tenía dos años. Habla sin mucho detalle de refugios instalados en los sótanos de las Casas de Indianos, de la escasez de víveres en una familia de seis, de lo preocupada que andaba su madre porque era una niña demasiado frágil, enfermiza y rebelde. Habla de ello como habla de todo... de forma desenfadada, atropellada e inconexa... Es como una montaña rusa en la que el interés y el desinterés se alternan caprichosamente en un reino anárquico que impide, aunque lo desees, cualquier tentativa para "tomarse un respiro".

Evoca sin inmutarse una escena de su infancia (tenía siete años) en la que lloró amargamente cuando viajó desde la capital a Gijón junto con su madre y sus 3 hermanas para visitar a su padre. Debió resultar impactante para una mocosa ver a un hombre, a todo un "señor de provincia"... a su padre... alimentado a unas gallinas con un mono de trabajo mugriento através de unas verjas. No quiso reconocer al hombre convertido en prisionero.

Cambia de tema sin parar. La llegada del hombre a la luna, sus clases de inglés, de la condena de los Buendía, de sus viajes infinitos, de costura (su gran pasión), del orgullo que sentía por vivir en un pequeño pueblecito hasta que el Ayuntamiento colocó "el semáforo"(víctima de una buena retahila de exabruptos), de la gran mentira que es la televisión, de María Antonia Iglesias y Enrique Quepena (a quienes también dedicó algún verso en arameo), de infusiones exóticas que mezclan pera, piña y frambuesa, de lo exquisita que estaba la cena con la que la había atiborrado, de los "cafetinos" con mi madre frente a la biblioteca de Salinas, de sus hijos, de cocinas que combinaban gas y electricidad hace un porrón de años en la feria de alguna ciudad, de paseos por la playa, de su indisciplina, de lo que considera su libertad... De sus labios salen en tropel los Cien Mil Hijos de San Luis batiendo el récord de una contrarreloj de noventa minutos.

Mientras habla no puedo dejar de mirarla, siempre me sucede con ella. Qué contradicción tan fascinante y abismal existe entre la serenidad de su apariencia y la convulsión de su verbo, parecen enemigos irreconciliables.... pero en algún lugar que desconozco se establece la tregua. Estudio una y otra vez su fisionomía e intento imaginarla joven aunque el esfuerzo es inútil... inútil y estúpido. Inútil por infructífero y estúpido porque es perfecta tal como es. Me recuerda a Rapunzel con su interminable trenza brillante, albina y delicada que reposa plácidamente sobre su hombro izquierdo. Parece una princesa de cuento de hadas con un rostro limpio (de esos que hoy día ya no se ven) despojado de cualquier elixir de la eterna juventud. Viste de forma informal, con una camiseta colorida, unas botitas negras, unos jeans y un collar de avalorios estilo hippie. Sus movimientos son suaves, pausados, elegantes...

Evelyn irradia un poderosísmo halo de algo indescriptible y fascinante propio de esas personas capaces de preservar la pureza de la niñez a lo largo de la vida. Entre parpadeo y parpadeo, queda tiempo suficiente, para soñar que soy ella.

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