domingo, 8 de noviembre de 2009

Clara y yo

La puerta del salón se cerró. El silencio dio paso al silencio. Clara volvía a sorprenderse al reparar en que durante los últimos seis meses había estado sóla, tan sóla como siempre. Tendida sobre la tapicería raída del sofá intentó reaccionar durante horas. Necesitaba saber si seguía viva. Quiso llorar pero tuvo que conformarse con mirar embobada los desconchones del techo que un día fue albero. Se había ido, sí... pero ¿iba a volver? No. Nunca volvían. Al menos, no sobrios. Clara hizo un receso en su proceso de atracón visual de cal y, con desgana extendió el brazo izquierdo para probar suerte a la hora de alcanzar una taza con más desconchones que sus paredes y que contenía un té que, probablemente por su densidad y concentración, llevase allí un día entero.-¡Qué asco!-
La taza acabó en la alfombra y el té en la taza. La manta que cubría el escuálido cuerpo de Clara no era capaz de quitarle el frío que sentía. Ese frío no se quitaba con ni mantas, ni con edredones, ni con calefactores, ni con la combinación de todos ellos. Las vistas desde el sofá de tapicería raída eran desoladoras. Todo revuelto, todo mugriento, todo nada. Cajas de cartón que contenían porciones de pizza de homenajes pasados, latas de bebidas gaseosas amontonadas, envoltorios de chocolatinas, ropa interior sucia por el suelo, zapatos desparejados con tacones desgastados, plantas muertas por la sequía, cuadros torcidos que parecían sujetar las paredes, mandos a distacia pringosos, un teléfono inalámbrico difunto por inanición energética... todo eso era Clara y Clara tenía frío.

A tumbos cruzó el accidentado paso de 15 metros hacia la habitación. Allí estaba la cama esperándo consolar a Clara. Estaba deshecha como lo había estado desde que Clara se había mudado a ese apartamentucho que sus padres nunca le habían ayudado a pagar. Subió a la cama como si ascenciese el Everest, colocó los cojines como pudo y decidió seguir soñando " al abrigo de otra lucidez".

Las horas pasaron lentas, y Clara se despertó sin despertar. Intentó abrazar algo mientras se desperezaba pero el último se había ido. ¿Cómo se llamaba? Daba igual. Todos los que por allí habían pasado eran el mismo. Un tipo único. Un tipo vulgar. Pero Clara echaba de menos abrazar al último don nadie. Siempre echaba de menos abrazar al último Don Nadie hasta que se topaba con el siguiente. Un rayo de luz entró por la ventana y Clara lo odió porque no quería que nada perturbase ese momento de recreación en su soledad. Bajó la persiana y se dirigió semidesnuda al baño con los pies descalzos. El baño no tenía un aspecto mejor que el salón. Caminó como Jesús sobre un mar de revistas y calcetines desparejados hasta la taza del báter. El cuadro era dantesco y, allí sentada para seguir no haciendo nada, y con las bragas en los tobillos, Clara lloró y lloró. Tras el báter, el lavabo, y tras el lavabo levantó la cabeza para enfrentarse al espejo. El espejo fue cruel. Clara no quería seguir mirando pero algo le impedía apartar la vista, algo le impedía parpadear. Absorta ante la imagen de sordidez que el reflejo devolvía decidió descansar. Decidir aturdida es sinónimo de fracaso..pero, al fin y al cabo, estaba acostumbrada a decidir, y por tanto, a fracasar. Pastillas, cuchillas, saltos al vacío... y al final del camino... ese jodido“Complejo de Atropos”. El móvil de Clara gritó para impedirlo y Clara lo dejó gritar.

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