Recuerdo cómo me solía enrrollar en tu regazo. Hecha un ovillo sobre ti parecía que nada malo podía suceder. Te he buscado en otros regazos, pero ninguno ha sido comparable al tuyo. Volvía del colegio y sólo deseaba acurrucarme contigo en el sofá de tapicería indescriptible que "adornaba" el salón de la planta de baja de casa. Te recuerdo menuda (lo sigues siendo), con el pelo negro, lacio y largo, unos grandes de ojos de color verde que me hacían detestar a Mendel y a los insolentes caprichos de la genética. Sonriente, novia, juguetona, amiga, amante, madre, esposa. Me aterra no recordarte con la nitidez que desearía.
Toda una vida dedicada a todos menos a ti. Generosa y sacrificada, recuerdo que cuando tenías dinero para poder comprarte modelitos chic siempre acababas utilizándolo para colmar los requerimientos infinitos con los que ambas te agasajábamos. Del trabajo a casa, de casa al trabajo y, eso sí, los viernes a LOGOS, o al RECONQUISTA y el sábado a LAS CONCHAS o al FORNÓN. Seguro que esperabas esos días como agua de mayo... eran los momentos de mayor intimidad que pasabas con él, como si fuéseis novios. Érais novios. Os recuredo en el coche. Daba igual el destino, te ponía música romanticona y te dedicaba una y otra vez las mismas canciones que incluso se atrevía cantar “Only youuuuuuuu, can make this world seem right, only youuuu can make the darkness bright...”...-Tal vez eso explique mi devoción por The Platters- Te miraba agradecido como si no fuese capaz de creer que alguien como tú estuviese a su lado, te cogía la mano izquierda con su mano derecha y te la acariciaba sin descanso sobre el apoyabrazos de cuero azul. Yo, desde el asiento de atrás me sentía plenamente feliz, os miraba, os miraba y os volvía a mirar soñando que, tal vez, algún día, alguien pudiese tratarme con semejante dulzura.
Os recuerdo corriendo como adolescentes por las interminables escaleras de la casa, él se moría de risa mientras te perseguía para pellizcarte las posaderas y tú le decías como una niña: “¡¡¡¡No papi, no...ya vale...je,je,je....Noooo...!!!”.
Recuerdo el menú oficial de los domingos que tanto me disgustaba : fabada, carne guisada o filetes empanados y, eso sí, un postre al que era imposible hacerle ascos. Le recuerdo a él jugando fuera con Thor, Hobo, Furia, Jaki, Nube, Niebla, Diana, Irina, Michael, “Gwenina”... -que me disculpen a quienes no menciono porque, bien sabe Dios, que les quise a todos- mientras tú te esmerabas con detalle en ejecutar esas recetas que él te pedía. Nos llamabas al orden cuando todo estaba perfectamente dispuesto y, entones, podíamos comenzar a comer. Yo hacía una especie de bolas inmensas con la carne esperando que me liberases por desperación o pena de su deglución. -Solía colar-
Os recuerdo caminando por donde fuera de la mano, o cogidos del hombro... recuerdo que os besábais con tanta castidad como picardía cuando estaba delante... siempre os pedía : “más, otro, hala, qué asquitooooo!!!!”. Recuerdo cómo cuando dos labios se fundían en un beso de película, alarmado cambiaba de canal como para evitar que esas imágenes contaminasen una mente que él quería preservar virginal: “Esto no es para niños”. Y claro, nunca nada era para niños.
Recuerdo cómo discutíais, me parecíais encantadores. Nunca nada era grave pero siempre era absurdamente desternillante... despues de los gruñidos, subíais enfandados o no a la habitación que papá tenía reservada exclusivamente para dar rienda suelta a la lujuria que los puros le despertaban: El Fumadero de la tercera planta. El único espacio del hogar autorizado para oler a Montecristo. Allí entre habanos, cigarrillos Piper, mantas de cuadros y la tele -como tú decías- “al alto la lleva” os quedábais absolutamente groguis en los sofás de cuero marrón hasta las tantas de la madrugada y, aunque ya fuese demasiado tarde para ir a la cama, íbais y entrelazábais vuestras piernas como si fuesen enredaderas mientras él sepultaba su cabeza bajo la almohada.
Recuerdo cuando todo cambió sin permiso, pero no lo quiero recordar. También recuerdo vuestro último viaje juntos que, por cierto, llegué a presenciar. Me llevásteis a Madrid desde León porque había una maldita Huelga General. Creo que todos, o al menos tú y yo, quisimos que ese viaje no acabase nunca. Llegué a engañarme y a creer que no lo haría, que nunca se iba a acabar... pero se acabó como si jamás hubiese existido.
Recuerdo cómo equivocadamente pensaba que eras débil y recuerdo cómo demostraste que eras tan fuerte como una leona. Recuerdo como luchaste por todos nosotros, como luchaste por ti hasta que el combate te dejó sin aliento... hasta que ya no había nada por lo que luchar... y lo recuerdo todo como una gran lección de vida, como la gran lección de mi vida... y me alegro de que haya sido impartida por la mejor maestra del mundo.
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