miércoles, 25 de noviembre de 2009

Starbucks

Hace casi siete años que desembarqué como el más cañí Paco Martínez Soria en Madrid. Necesitaba un cambio de vida. Supongo que huía de la anterior. Huía de la anterior. Cuando cambias de entorno, cambia sólo el entorno y si tú eres tu mayor problema te lo llevas puesto allá donde vayas. En esos viajes la voluntad se erige como la mejor de las compañías. Ya tenía varios miles de kilómetros en mi haber y había elegido siempre al partner equivocado en cada fuga. En esta ocasión no volvería a suceder. No sucedió.

Provenía de una ciudad pequeñita y Madrid me parecía una mala bestia llena de inhumanidad -me lo sigue pareciendo- por la que sentía una especie de atracción fatal. Un nuevo mundo lleno de posibilidades y ninguna me gustaba. Como no fui capaz de encontrar mi espacio encontré un espacio pensado para todos los demás, Starbucks. Siempre he tenido un toque paleto bastante acentuado que me ha hecho acoger con admiración todo el "basuramen" yankee. Es curioso eso de sentirte especial por formar parte de algo diseñado para gente tan poco especial como tú.

Me  fascinaba espatarrarme en los sofás mullidos de tonalidades neutras. Las bandas sonoras de Starbucks eran tan geniales como lo son ahora, de 7.30 a 22,30 bailaba cheek to cheek con mis amores imaginarios y tocaban para los dos -o los dosientos- Cole Porter, Charlie Parker, Miles Davis, John Coltrane, Thelonius Monk, Duke Ellington,Marcus Miller... El olor a grano que ocultaba el tufillo a artificio me hacía sentir como Jean Baptiste Grenouille  -más tarde supe que ese aroma delicioso y sugerente estaba encerrado en un spray de 300cl- y me ponía a escribir y escribir embriagada de siropes  de vainilla y avellana cosas con tan poco sentido como esta durante horas y horas. Si tenía que hacer un trabajo "comunista" para la facultad siempre me las ingeniaba para convencer a mis "camaradas" para poder desarrollar toda nuestra falta de creatividad en la planta superior de alguno de estos emplazamientos tan "singulares". Era incluso capaz de disculpar su imposición tiránica de impedir que los malos humos enturbiasen la fragancia del ambientador de café. Los camareros tenían implantado un chip de cordialidad robótica que adoraba: "María, tu café, que pases un buen día" y qué me decís de el aprendizaje de esperanto que había que memorizar como el catecismo para que tu orden fuese efectiva: Skinny vanilla latte light venti con un extra shot de café. Ahí queda eso. Son 4.70.

Eso sí, me parecía toda una delicatessen a la que luego podía sublimar añadiendo cantidades industriales de canela, nuez moscada y... sacarina. Las imitaciones caseras nunca sabían igual. Me hice con todo el merchandising  en stock: tazas, tazones, termos, CD´s, ositos de peluche... Llegué a pensar que tenía una adicción en toda regla,  tal vez lo era...así que busqué la "solidaridad" más solidaria on line para ver si había más casos como el mío, y los había, vaya si los había.

Mi idilio enfermizo con Starbucks ha terminado en 2009. En último término debería agradecérselo a Zapatero. Cuando el presidente de la "Nación" afirmó que un café costaba sesenta céntimos, hizo que mis horizontes se abrieran y mi libído de aspirante a yankee se redujese drásticamente. "Hola, me llamo María, soy española, mileurista y ávida de cafeína y nicotina patria". Hoy he ingerido uno de esos brebajes caprichosos y he dejado que la mitad se enfriase. Algo ha cambiado... pero en el fondo me gustaría volver a entrar una y otra vez como lo hice siete años atrás para sentir por un instante todo ese torrente naive de mamarrachadas de chica de provincias con aspiraciones cosmopolitas que me alegraban el día a día.

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